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La voz de la República
Testigos directos de la época, familiares de protagonistas e historiadores representan la memoria viva de una etapa de la que ya se cumplen ochenta años

Celebración en María Pita tras la proclamación de la II República, el 14 de abril de 1931. / foto villar
Esta semana se celebró de nuevo la victoria que supuso durante un lustro de los años treinta el estallido de ilusión y participación que la II República española desató. Hijos, nietos y herederos políticos de los republicanos que saludaron el aire fresco tras la huida de Alfonso XIII, pero también de aquellos que no vieron suficientes los cambios desde sus ideas revolucionarias se reunirán para homenajear a "los suyos". Todos comparten la pérdida, la persecución por no compartir lo impuesto por la violencia
X. GONZÁLEZ | A CORUÑA "Para nosotros es muy importante", suena seria la voz de Olga Villaverde al otro lado del teléfono. Se refiere a la imagen de su padre que recoge en este reportaje sobre la II República, de la que el jueves se cumplieron 80 años. Y es que, como cuenta su hermana Mariquiña, José Villaverde Velo recibió el nuevo régimen subido a un árbol de A Coruña y gritándole a la muchedumbre que lo festejaba aquel 14 de abril que el nuevo Gobierno no solucionaría sus problemas, que eran muchos. Pepe Villaverde fue un significado líder anarquista, secretario regional de la CNT, director del periódico Solidaridad Obrera y librero en su faceta política, pero también un dandy y, sobre todo, un magnífico orador, en el aspecto humano.
Sí que celebró la proclamación del nuevo régimen Sebastián Estrada, militante de Izquierda Republicana y propietario de una histórica confitería en la calle de San Andrés, fundada en el siglo XIX. Concha Estrada, una de sus siete hijos, recuerda las buenas palabras que siempre tuvo Sebastián hacia Pepe Villaverde, a pesar de sus diferencias ideológicas. No en vano compartieron, con distinta suerte, la ira franquista. El anarcosindicalista fue fusilado en el año 1936, mientras que el republicano fue encarcelado y, después de su puesta en libertad, sufrió la represión económica a la que fueron condenadas las familias republicanas. El pecado de Sebastián Estrada consistió en creer, como repitió hasta el final de sus días, que "todos, obreros, barrenderos, comerciantes son necesarios, pero con un salario justo".
Ochenta años después resulta complicado desligar los avances promovidos por republicanos como Estrada y anarcosindicalistas como Villaverde del golpe de Estado que truncó, sepultó y casi hizo desaparecer sus éxitos.
Un ejemplo es el de Mariquiña Villaverde, que afirma que lo que conoce de la actividad sindical de su padre proviene "de las investigaciones de los historiadores". Su madre, la conocida placera del mercado de San Agustín Palmira Otero, y su abuelo, armaron "un mundo al margen del franquismo" en el que las cuatro hermanas fueron felices.
Similar es el caso de la familia de Alicia Castro, secretaria del Ateneo Republicano de Galicia. Su abuelo fue fusilado "simplemente por votar distinto", y hasta hace pocos años su madre -inscrita al nacer con el nombre de República, que tras el golpe tuvo que ser cambiado a María- lo culpó de la represión a la familia.
Luis Lamela, historiador y socio del Ateneo, recuerda como los descendientes del diputado de Unión Republicana (centro derecha) José Miñones -abogado y empresario de Corcubión fusilado en diciembre de 1936- le agradecieron haber devuelto la dignidad a su padre, del que solo conocían la versión franquista de su actividad política, que "lo caracterizaba como un malhechor".
El espíritu de aquellos hombres y mujeres y de una época en la que las niñas se llamaban República, Fraternidad o Mar y Luz (el nombre con el que Villaverde inscribió en el registro a Mariquiña), se resume en imágenes que van surgiendo en las conversaciones: los hermanos de la Lejía, socialistas, leen sus periódicos mientras pasean por los Cantones y se cruzan con falangistas que leen los suyos. Quizás esos mismos falangistas conversan con Villaverde, cuyo kiosko estaba enfrente de la sede de los fascistas. Decenas, cientos de miles de trabajadores y comerciantes asisten a mítines, se ilustran en las bibliotecas de los sindicatos, debaten en los cientos de casinos, ateneos, asambleas que poblaron la totalidad de los barrios de la ciudad, de las villas, de las aldeas menos importantes de Galicia. Misiones educativas formadas por los maestros, los libros y los burros que los transportan llegan a los pueblos más remotos. Niñas que no van a clase de religión, que nunca se preguntaron si Dios existía porque tienen muy claro que no...
El pasado jueves se celebró el comienzo de cinco años convulsos, ilusionantes, participativos. Pero en vez de hacerlo en su lugar natural -los centros culturales y políticos-, una parte importante de la conmemoración se hizo en los cenmenterios y en los campos de fusilamiento. Allí, la mayoría de los descendientes, como las familias Castro, Estrada o Villaverde, defendieron una vez más el advenimiento de la III República.
Sí que celebró la proclamación del nuevo régimen Sebastián Estrada, militante de Izquierda Republicana y propietario de una histórica confitería en la calle de San Andrés, fundada en el siglo XIX. Concha Estrada, una de sus siete hijos, recuerda las buenas palabras que siempre tuvo Sebastián hacia Pepe Villaverde, a pesar de sus diferencias ideológicas. No en vano compartieron, con distinta suerte, la ira franquista. El anarcosindicalista fue fusilado en el año 1936, mientras que el republicano fue encarcelado y, después de su puesta en libertad, sufrió la represión económica a la que fueron condenadas las familias republicanas. El pecado de Sebastián Estrada consistió en creer, como repitió hasta el final de sus días, que "todos, obreros, barrenderos, comerciantes son necesarios, pero con un salario justo".
Ochenta años después resulta complicado desligar los avances promovidos por republicanos como Estrada y anarcosindicalistas como Villaverde del golpe de Estado que truncó, sepultó y casi hizo desaparecer sus éxitos.
Un ejemplo es el de Mariquiña Villaverde, que afirma que lo que conoce de la actividad sindical de su padre proviene "de las investigaciones de los historiadores". Su madre, la conocida placera del mercado de San Agustín Palmira Otero, y su abuelo, armaron "un mundo al margen del franquismo" en el que las cuatro hermanas fueron felices.
Similar es el caso de la familia de Alicia Castro, secretaria del Ateneo Republicano de Galicia. Su abuelo fue fusilado "simplemente por votar distinto", y hasta hace pocos años su madre -inscrita al nacer con el nombre de República, que tras el golpe tuvo que ser cambiado a María- lo culpó de la represión a la familia.
Luis Lamela, historiador y socio del Ateneo, recuerda como los descendientes del diputado de Unión Republicana (centro derecha) José Miñones -abogado y empresario de Corcubión fusilado en diciembre de 1936- le agradecieron haber devuelto la dignidad a su padre, del que solo conocían la versión franquista de su actividad política, que "lo caracterizaba como un malhechor".
El espíritu de aquellos hombres y mujeres y de una época en la que las niñas se llamaban República, Fraternidad o Mar y Luz (el nombre con el que Villaverde inscribió en el registro a Mariquiña), se resume en imágenes que van surgiendo en las conversaciones: los hermanos de la Lejía, socialistas, leen sus periódicos mientras pasean por los Cantones y se cruzan con falangistas que leen los suyos. Quizás esos mismos falangistas conversan con Villaverde, cuyo kiosko estaba enfrente de la sede de los fascistas. Decenas, cientos de miles de trabajadores y comerciantes asisten a mítines, se ilustran en las bibliotecas de los sindicatos, debaten en los cientos de casinos, ateneos, asambleas que poblaron la totalidad de los barrios de la ciudad, de las villas, de las aldeas menos importantes de Galicia. Misiones educativas formadas por los maestros, los libros y los burros que los transportan llegan a los pueblos más remotos. Niñas que no van a clase de religión, que nunca se preguntaron si Dios existía porque tienen muy claro que no...
El pasado jueves se celebró el comienzo de cinco años convulsos, ilusionantes, participativos. Pero en vez de hacerlo en su lugar natural -los centros culturales y políticos-, una parte importante de la conmemoración se hizo en los cenmenterios y en los campos de fusilamiento. Allí, la mayoría de los descendientes, como las familias Castro, Estrada o Villaverde, defendieron una vez más el advenimiento de la III República.
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